Acompaño estas imágenes con el hermoso y descriptivo texto de Julio Vías:
"Uno de los oficios más
importantes entre todos los que se ejercieron tradicionalmente por las gentes
de la sierra de Guadarrama fue la cantería, y por ello hace poco me acerqué a
la localidad de Alpedrete, una de las más renombradas antaño por la calidad de
su piedra y por la maestría de sus canteros. Es allí donde vive mi amigo el
fotógrafo Javier Sánchez, que había preparado una entrevista con uno de los
viejos canteros del pueblo: Cándido Muñoz, el
Segoviano.
En Alpedrete hoy sólo funciona
una cantera, la de Javier Martín Platas, situada en la Dehesa municipal al lado
de la carretera de Villalba al puerto de Navacerrada, y allí nos dirigimos para
ambientar nuestra entrevista. Lejos quedan ya los tiempos en los que en esta
localidad se extraía piedra de más de 40 grandes canteras y de un sinfín de
pequeñas explotaciones en las que trabajaban familias enteras de canteros, como
los Goriches, los Cojitos, los Paz, los Balandines, los Montalvo, los Mudos,
los Guillén, los Fernández, los Elvira, nuestro amigo el Segoviano y otros
muchos.
Eran dos los tipos de granito que se extraían en
Alpedrete, ambos de grano fino y muy apreciados: la piedra berroqueña de la
Dehesa, de tono gris azulado, y la
piedra rubia del Cañal o cañariega, de tonos dorados, que se extraía de las
canteras situadas al otro lado de la carretera, en las laderas del cerro de
Cabeza Mediana o “del Telégrafo”. La explotación de estas canteras se remonta a
tiempos medievales y de ella procede el nombre del pueblo. El granito de las
canteras de Alpedrete se empleó para la construcción del monasterio de El
Escorial y para todo tipo de edificios en Madrid en forma de sillares,
bordillos, dinteles, columnas, dovelas, adoquines y otras piezas de cantería.
Cándido Muñoz González, el Segoviano, nació en 1937 en Villacastín (Segovia), otro pueblo
muy vinculado a la cantería situado al otro lado de la sierra. Empezó a los
trece años como pinche en la fragua del herrero arreglando los punteros y otras
herramientas de cantería. Allí mismo aprendió el oficio cortando losas de
granito, y después se hizo maestro sacando piedra durante los años 50 con
destino a las obras de la basílica del Valle de los Caídos. Se trasladó a
Alpedrete en 1964, donde se casó y se estableció por su cuenta tras comprar una
cantera a Vidal Montalvo, trabajando la piedra con varios socios hasta su
jubilación en 2001.
La vida del cantero era dura y sacrificada como pocas. Por lo general se
comenzaba a trabajar en este oficio como aprendiz a la edad de diez u once
años. Con esta temprana edad ya había que levantarse antes del alba y marchar
hasta las canteras, situadas a veces a largas distancias. Después de una
agotadora jornada de trabajo de diez horas bajo el sol o bajo la nieve había
que regresar al pueblo y afilar los punteros, reparar las herramientas
descompuestas o preparar las cuñas que debían ser utilizadas al día siguiente.
Esta rutina se repetía a lo largo de años y años todos los días durante catorce
horas, a excepción de los domingos y fiestas de guardar. Un accidente o una
simple herida que incapacitara al cantero para trabajar suponían la pérdida del
jornal y como consecuencia el hambre.
A pesar de ello al Segoviano le gustó siempre el
oficio de la cantería, pues, como nos dice con convicción, para él era “muy
libre” como propietario de una cantera. Entonces no existían los medios
técnicos de hoy día para cortar y sacar los grandes bloques de granito, como
son la sierra de hilo de diamante o las grandes máquinas excavadoras y todo
debía hacerse a mano. Según nos cuenta, lo primero que debe saber un buen
cantero es conocer a simple vista “la ley” de la piedra, que es la que
determina la disposición y la dirección del grano del granito y que, según el
argot de los canteros normalmente va “a
levante”.
La ley forma la cara de la piedra que los canteros cortan en
horizontal y es la más fácil de labrar. Además de la ley el cantero debía
conocer de una ojeada o al simple tacto de la mano la mano buena y la mano mala, las
otras caras de la piedra que facilitaban o dificultaban tanto el corte o tronce de la piedra como su labra.
Los grandes bloques de granito se separaban
de la roca madre pintando con una pigmentación rojiza de oxido de hierro una
línea recta en la roca que debía seguir la ley u hoja de la piedra. A lo largo
de ella se abrían cuñeras con el
puntero a golpe de maceta en las que se introducían cuñas de hierro que se
golpeaban una a una con una maza de diez kilos de peso, hasta que la piedra
rajaba por igual. El bloque se separaba completamente de la roca con ayuda de
palancas de hierro y después se dividía de igual forma en bloques menores que a
su vez se dividían o labraban según conviniera.
Esta actividad secular de la cantería ha dejado en el paisaje que rodea
a esta localidad una huella imborrable que se materializa en los innumerables
vasos de canteras abandonadas que salpican por doquier los montes de La Dehesa
y El Cañal, algunos de ellos completamente inundados por las aguas
freáticas. El Segoviano nos enseña las
más grandes, que hoy forman verdaderos lagos que constituyen valiosos refugios
de biodiversidad, como la de Luciano Fernández y la de los Balandines, donde
proliferan las truchas y todo tipo de especies de reptiles y anfibios hoy muy
amenazados."