En esta ocasión os quiero presentar a uno de los últimos carboneros del Valle del Lozoya. Con sus 91 años es un auténtico superviviente y un ejemplo para tod@s. El texto de esta entrada es del gran escritor y gran amigo Julio Vías:
"El pasado 7 de marzo estuvimos mi amigo Javier Sánchez y yo con Demetrio Matesanz, uno de los últimos fabriqueros del valle de Lozoya. La fábrica era el nombre que se daba en
la sierra de Guadarrama a la industria que se ocupaba de la fabricación del
carbón vegetal, antaño indispensable para el funcionamiento de fraguas y
talleres de todo tipo, tanto en los pueblos de la sierra como en Madrid, hasta
donde se bajaba en carretas de bueyes tras un viaje de un par de días por la
carretera de Burgos, hoy convertida en la autovía A-1.
Demetrio nació en 1922 en la pequeña aldea de Pinilla del
Valle, en el seno de una familia de fabriqueros, y empezó su trabajo en el
campo segando prados con 16 años. A los 20 ya cambió el dalle (nombre tradicional que se daba a la guadaña en las tierras
del valle de Lozoya) por el podón y el hacha de dos bocas, iniciando un oficio que desempeñó hasta 1951, último
año en que se carbonearon las matas robledales de La Marotera, Fuentelinosa, El
Frontal, Majasomera, El Chorrillo, Navarejo y El Alijar, que desde tiempos inmemoriales
fueron explotadas junto a las innumerables pertenecientes a los otros pueblos
del valle.
Nuestro amigo nos relata con una lucidez extraordinaria cómo
se desarrollaban los trabajos de la fábrica: Primero había que construir el
chozo donde pasaban el invierno, con una estructura de cabrios de roble y cubierta de ramas de escobas y retamas. Después
se iniciaban las cortas, con el empleo de hachas y podones, dejando robles de resalvo para que las matas se
recuperaran tras un período de 10 a 15 años, en que volvían a ser carboneadas .
Los hornos se emplazaban siempre en los mismos lugares, en las llamadas horneras, vigilados siempre por la
mirada experta del quemador o jefe de
la cuadrilla. La combustión de cada horno duraba de una a dos semanas,
dependiendo del viento, y de otros factores, y los últimos tranzones de monte se acababan de carbonear en el mes de junio. Así
pasaban ocho meses de trabajo agotador en pleno monte, a base de un rancho
consistente en una olla de garbanzos con manteca que cocinaba el zagal, y que
tomaban invariablemente como desayuno, comida y cena.
Hablar con Demetrio en el mismo monte en el que trabajó por
última vez en la campaña de 1950-51 ha sido una experiencia inolvidable para
nosotros. Al fondo, la cumbre de Peñalara brilla cubierta de nieve en una
mañana espectacular, como si el día y el paisaje quisieran rendir homenaje a un
personaje entrañable e imprescindible para la historia de la sierra de
Guadarrama.
Al despedirnos de él en una de las tabernas del pueblo, brindamos
con unos vinos deseando que mantenga por muchos años más su vitalidad y su
simpatía y haciendo votos por volvernos a ver muy pronto". (Julio Vías)